MAQUETA SENSIBLE DE
LAS MENINAS DE VELAZQUEZ



Se trata aquí de dar cuenta del dispositivo geométrico- político de instauración de la perspectiva como modo de entender la espacialidad arquitectónica moderna.
 Se considera que este cuadro de Velazquez logra tal propósito dejando en claro además que en toda constitución de dispositivos de saber, hay un incumplimiento esencial, fundante. Este cuadro no está pintado en arreglo a las reglas del arte de los trazados perspectivos, en especial en relación a la posición del espejo, que aquí colocamos concretamente.
 Esta maqueta trata de enfatizar aquello que el cuadro sutilmente sugiere.
Quizás estemos en un tiempo en el que al poder mostrarse tan claramente una producción de sentido, ya tal sentido no sea esencial o fundante.
Por ello tál mencionado énfasis quizás ya esté hablando de otros nuevos modos de producción de sentidos en una diversa espacio-objetualidad arquitectónica, ahora post-moderna.

 
IMÁGENES 
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original
 


fotografía frontal
(observar espejo del fondo)

video 1.6 Mb
en formato mpeg1.0

 


 
 
MICHEL  FOUCAULT 
extractos de la introducción a   “LAS PALABRAS Y LAS COSAS”

 El pintor contempla, el rostro ligeramente vuelto y la cabeza inclinada hacia el hombro. Fija un punto invisible, pero que nosotros los espectadores, nos podemos asignar fácilmente ya que este punto somos nosotros mismos: nuestro cuerpo, nuestro rostro, nuestros ojos. El pintor sólo dirige la mirada hacia nosotros en la medida en que nos encontramos en el lugar de su objeto.
 Ahora bien, exactamente enfrente de los espectadores – de nosotros mismos – sobre el muro que constituye el fondo de la pieza, el autor ha representado una serie de cuadros; y he aquí que entre todas estas telas colgadas hay una que brilla con un resplandor singular. Pero es que no se trata de un cuadro: es un  espejo. Lo que se refleja en él es lo que todos los personajes de la tela están por ver, si dirigen la mirada de frente: es, pues, lo que se podría ver si la tela se prolongara hacia delante.
 Sobre este fondo, a la vez cercano y sin limites, un hombre destaca su alta silueta; esta visto de perfil; en una mano sostiene el peso de una colgadura; sus pies están colocados en dos escalones diferentes; tiene una rodilla flexionada. Quizá va a entrar en el cuarto; quizá se limita a observar lo que pasa en el interior, satisfecho de ver si ser visto. Lo mismo que el espejo fija el envés de la escena.

 En última instancia, ¿qué hay en este lugar perfectamente inaccesible, ya que está fuera del cuadro, pero exigido por todas la líneas de su composición? ¿Cuál es el espectáculo, cuáles son los rostros que se reflejan primero en las pupilas de la infanta, después de los cortesanos y el pintor y, por último, en la lejana claridad del espejo?
 Este centro es, en la anécdota, simbólicamente soberano ya que esta ocupado por el rey Felipe IV y su esposa. Pero, sobre todo, lo es por la triple función que ocupa en relación con el cuadro. En él vienen a superponerse con toda exactitud la mirada del modelo en el momento en que se pinta, la del espectador que contempla la escena y la del pintor en el momento en que compone su cuadro (no el representado, sino el que está delante de nosotros y del cual hablamos).

 Quizá haya, en este cuadro de Velázquez, una representación de la representación clásica y la definición del espacio que ella abre. En efecto, intenta representar todos sus elementos, con sus imágenes, las miradas a las que se ofrece, los rostros que hace visibles, los gestos que la hacen nacer. Pero allí, en esta dispersión que aquélla recoge y despliega en conjunto, se señala imperiosamente, por doquier, un vacío esencial: la desaparición necesaria de lo de lo que la fundamenta – de aquel a quien se asemeja y de aquel a cuyos no es sino semejanza. Este sujeto mismo – que es el mismo – ha sido suprimido. Y libre al fin de esta relación que la encadenaba, la representación puede darse como pura representación.
 


 
 

IMÁGENES DE LOS TRABAJOS